Con un discurso xenófobo y nacionalista, Donald Trump propuso ayer poner bajo un «escrutinio extremo» a los extranjeros que quieran visitar o migrar a Estados Unidos . Afirmó que es la única forma de frenar la propagación del terrorismo.

Al presentar en Youngstown, Ohio, un bosquejo de su política de seguridad nacional, el candidato republicano identificó al «terrorismo islámico radical» como la principal amenaza para Estados Unidos. Además, lo vinculó con la inmigración, al abogar por una política mucho más dura, que sólo admita a personas que aprueben un examen ideológico, compartan los valores del país, rechacen la intolerancia y el odio y respeten «al pueblo norteamericano».

Trump ratificó su propuesta de suspender de manera temporal la inmigración desde las regiones «más hostiles y volátiles» del mundo, una versión moderada de su propuesta de prohibir el ingreso de los musulmanes al país.

Trump había hecho esa promesa, muy bienvenida por sus seguidores, a fines del año pasado, tras los atentados de Estado Islámico en París y la masacre de California.

«Sólo aquellos que nosotros esperemos que florezcan en nuestro país, y abracen una sociedad norteamericana tolerante, recibirán visas de inmigrantes», subrayó Trump.

El candidato, que desde hace semanas aparece muy relegado en las encuestas respecto de su rival, Hillary Clinton , recordó cada uno de los ataques terroristas que coparon los titulares de los medios occidentales en el último año. Con un tono calmo, que no perdió nunca, dijo que había que impedir que la «ideología del odio» del fundamentalismo islámico se instalara en el país.

«No podemos dejar que continúe este mal», esbozó.

Así como antes Estados Unidos había derrotado al fascismo, el nazismo y el comunismo, Trump habló de una nueva guerra fría y dijo que el país debía afrontar ahora el «terrorismo radical islámico». Prometió una guerra militar, cibernética, financiera e ideológica contra los terroristas y dijo que mantendrá abierta la prisión de Guantánamo, ícono de la tortura, y pondrá un «renovado énfasis» en la

«inteligencia humana».

Culpó al presidente, Barack Obama , y a Clinton por el surgimiento de Estado Islámico (EI). Pero también fue más allá, al cargar contra dos pilares que han signado la política exterior de Washington bajo gobiernos demócratas y republicanos: la «construcción de naciones» y el «cambio de régimen». Fueron un fracaso, evaluó, y crearon un «vacío» que fomentó el terrorismo.

«Es hora de poner los errores del pasado detrás de nosotros y trazar un nuevo curso», marcó Trump. «Si llego a ser presidente, la era de la construcción de naciones será llevada a un final rápido y decisivo. Nuestro nuevo enfoque, que debe ser compartido por ambos partidos en Estados Unidos, y por nuestros aliados en el extranjero, y por nuestros amigos en el Medio Oriente, debe ser detener la propagación del islamismo radical», definió.

El discurso del magnate no estuvo huérfano de contradicciones. Criticó la guerra de Irak y se elogió a sí mismo por rechazar la invasión, pero también criticó que Estados Unidos no se apropiara del petróleo iraquí, una decisión que le habría quitado una fuente de financiamiento a Estado Islámico, justificó.

«En los viejos tiempos, cuando ganábamos una guerra, el vencedor se quedaba con el botín», lanzó. «En vez de eso, todo lo que sacamos de Irak y nuestras aventuras en Medio Oriente fue muerte, destrucción y una enorme pérdida financiera», disparó.

Trump dejó en claro que Estados Unidos requerirá de aliados en la lucha contra el terrorismo. Fue entonces cuando llegó una nueva mención de Rusia: dijo que podía encontrar terreno en común con Moscú para combatir a Estado Islámico, algo que, en rigor, ya ha hecho Obama y que omitió mencionar. Trump ofreció, eso sí, el guiño de siempre al Kremlin: «¿No sería genial si nos lleváramos bien con Rusia?», preguntó, saliéndose de su discurso escrito.

Con esa frase, Trump volvió a hacer oídos sordos a las sospechas y críticas que ha generado su supuesta cercanía con el presidente ruso, Vladimir Putin . Esas sospechas fueron alentadas por una acusación develada por The New York Times: su jefe de campaña, Paul Manafort, trabajó y cobró 12,7 millones de dólares del ex mandatario de Ucrania Viktor Yanukovych, a quien Putin brindó asilo en Rusia. Manafort lo negó.

La inmigración ocupó un espacio central en su mensaje. Trump se refirió a un problema de Estados Unidos que también enfrentan varios países en Europa: cómo integrar a las comunidades inmigrantes dentro de sus fronteras.

Fiel a su credo nacionalista -«americanismo», en su vocabulario-, dijo que el orgullo en las instituciones norteamericanas, la historia y los valores del país debían ser «inculcados» en todos los que quisieran sumarse a la sociedad. Paradójicamente, varios políticos incluyen entre esos valores la apertura a la inmigración.

«La asimilación no es un acto de hostilidad, sino una expresión de compasión», interpretó. «En la Guerra Fría, teníamos un test de escrutinio ideológico», afirmó Trump.

«Llegó la hora de desarrollar un nuevo test de escrutinio para las amenazas que afrontamos hoy (…) Lo llamo escrutinio extremo», dijo el magnate.

Ya sobre el final, Trump abogó por renovar ese espíritu de «americanismo» para «curar las divisiones» en el país. Sólo de esa forma, dijo ya al cierre, Estados Unidos volverá a ser grande y seguro de nuevo.

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